Después de convertirme en madre de dos niños con síndrome de Down, aprendí muy rápido que se suponía que debía ser una superhéroe o un ser especial. El mundo tenía grandes expectativas sobre mí, y entre las muchas frases, una de las más poderosas era aquella que llama a la elección divina de Dios junto con las palabras: “Dios solo da hijos especiales a padres especiales”.

Supongo que caí en la atención y de alguna manera, por primera vez, sentí que estaba haciendo algo grandioso. Dicen que los niños no vienen con instrucciones, y en el caso de los niños con discapacidades, no solo faltan las instrucciones sino que todo el sistema parece no existir. Ser creativa y determinada, pero también altamente obsesiva e hiperactiva, me dio la motivación para hacer que las cosas sucedieran, y mis hijos se convirtieron en mi mundo. Mi mundo entero giraba en torno a ellos y solo ellos durante casi dos décadas.

Es una experiencia interesante porque en un momento dado, parece que todo el mundo te mira con admiración. No saben cómo lo haces, y por eso te felicitan por absolutamente todo lo que haces, incluso por las cosas que sabes que no estás haciendo bien: como no cuidarte bien o fingir que no eres humana como el resto o que no necesitas ni mereces tiempo para descansar y respirar.

Creo que en un momento me volví adicta a la adrenalina. Mi vida se convirtió en una montaña rusa de emociones profundas. Siempre supe que no importaba cuán mal fueran las cosas, eventualmente tendría el poder de llegar de levantarlas y superarlas sí seguía intentándolo. Lo que nunca consideré dada la juventud y energía del momento, fue cómo estos desafíos auto-impuestos interminables afectarían eventualmente mi salud mental.

Y un día me desperté y miré a mi alrededor, y todo iba bien, y porque estaba acostumbrada a vivir en un estado de lucha constante y de retos interminables, se me hizo increíblemente difícil aprender a vivir sin prisas y sin estrés. Y de repente, entre otras cosas, mis hijos crecieron, y dejé de estar en control porque ellos comenzaron a ganar control sobre si mismos. Una de las cosas más dolorosas fue descubrir que querían pasar más tiempo con su padre. Maravillosa y positiva, sí, pero de tener control absoluto y mantener mi vida ocupada mientras intentaba hacerlos felices, perdí el control, y como no tenía mucho por mi cuenta, comencé a sentirme increíblemente vacía y sola.

Por primera vez en mucho tiempo, tenía tiempo para mí misma pero ya no sabía cómo ser yo misma. Y en lugar de sentirme libre o extremadamente feliz, comencé a desmoronarme. Mis niveles de ansiedad se dispararon, y comencé a temer el silencio y la soledad de los fines de semana sin ellos. En un momento dado, tuve que empezar a fingir que estaba bien porque no lo estaba, y el siguiente paso fue buscar ayuda. Un par de meses después, después de terapia semanal, medicación para la ansiedad y mucho trabajo duro para reconstruir mi vida como individuo y no solamente como la madre de Emir y Yaya, finalmente me siento bien y me estoy re-encontrando en otra etapa de mi vida. Una en la que puedo ser feliz en el silencio, en la calma, y conmigo misma.

De tanto evitar mirar hacía adentro para enfrentar mis temores y heridas personales, mientras me mantenía ocupada construyéndoles la vida, me tocó volver a enfrentarme a la realidad de que todas esas heridas no sanadas seguían ahí abiertas y sangrantes, y ser madre no las había curado, sólo las había ocultado detrás de casi 20 años enfocada en el amor gigante que siento por ellos pero que todavía no lograba curar en mi misma. Estoy tremendamente orgullosa de estar en este momento en el cual tengo el valor, la fe, y de la mano de Dios, la certeza de que merezco ser feliz y finalmente superar una vida cargada de dolor después de haber perdido a mi madre durante los años de su enfermedad y finalmente con su muerte hace ya 31 años atrás. Por primera vez en la vida he aceptado que sola nunca voy a poder dejar partir ese dolor, y que con la ayuda necesaria, si puedo recomenzar otra vez y dejar ir para abrazar la luz, la paz, y el amor de Dios.

Justo el otro día tuve la oportunidad de dar una breve presentación sobre el autocuidado a madres más jóvenes de niños con síndrome de Down, y mientras hablaba sobre ello, me di cuenta una vez más de cómo todo se conecta al final. Esta parte de mi historia, una que ha sido terriblemente confusa y desarmante para mí, es otra pieza que puedo compartir con otras madres mientras les recuerdo que lo peor que podemos hacer en este camino es aislarnos en el intento de incluir a nuestros hijos. 

Ya sea que estés comenzando el viaje, en medio de él o más avanzada, si no estás cuidando bien de ti misma, o has caído en la falacia de que eres una superhéroe o más especial que el resto: Créeme, no lo eres, y este es el momento perfecto para que te detengas, respires y trabajes en un plan de prevención. El amor por nuestros hijos es increíblemente poderoso, pero el amor también puede empujar nuestros límites y rompernos en pedazos si no lo equilibramos con amor por nosotras mismas primero. Si no cuidamos de nosotras mismas, no podremos cuidar de ellos.

Eliana Tardío
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About Eliana Tardío

Eliana Tardío es la mamá de Emir y Ayelén; ambos con síndrome de Down. Reconocida por su trabajo promoviendo la inclusión natural de las personas por su individualidad, Eliana ha sida reconocida por celebridades como Araceli Arámbula, Thalia, María Celeste Arrarás, Karen Martínez, y más. Su historia ha sido compartida por las cadenas mundiales más importantes: Univisión, Telemundo, CNN, y Azteca América. Nombrada Bloguera Latina Inspiración 2014 en USA, en este espacio Eliana comparte sus vivencias y recursos con más de 200.000 visitantes al mes.

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