Yo tengo una teoría ridículamente sencilla: El maestro no puede educar sin el apoyo del padre. El padre no puede ayudar a su hijo sin el apoyo del maestro. El padre o los padres y el maestro deben y necesitan crear una relación estrecha para poder ayudar al individuo. Más aún cuando el individuo presenta retos de lenguaje o es en su caso, un estudiante no verbal cuya comunicación no se da de modo típico. Así es como la inclusión se traduce en este caso como la necesidad de aprender a escuchar al estudiante con retos de lenguaje.
Para ilustrar el tema voy a utilizar un ejemplo personal. Ayelén, mi hija, es una persona verbal que puede presentar retos de articulación. Habla mucho pero su lenguaje no siempre es claro y no siempre la gente puede entender lo que dice al menos que estén familiarizados con ella, o se tomen el tiempo de escucharla con atención mientras asocian la conversación con puntos asociados de referencia. Ayelén sigue clarificando su lenguaje y espero que en determinado momentos sus retos disminuyan gracias a sus terapias de lenguaje y los apoyos informales que recibe diariamente. Aun así, en el transcurso, mi tarea como padre en el proceso es asegurarme de que nadie la limite ni afecte su capacidad de comunicarse.
Comenzamos este nuevo año escolar con la meta de que gane más independencia para moverse a secundaria. Una de las estrategias es que conviva más con maestros que no conoce y que corte la dependencia con aquellos que la entienden y están siempre pendientes de ella. Básicamente, Ayelén necesita abrir las alas y volar con sus propias herramientas si queremos que siga avanzando. El proceso no ha sido simple. Le frustra tener que repetir las cosas y le molesta que la gente no siempre entienda lo que quiere decir. Lo más fácil sería dejarla dónde está cómoda. Lo difícil es retarla a salir de su zona de confort para aprender a moverse independientemente con las habilidades que ha ganado a lo largo de los años.
Durante este proceso, Ayelén ha hecho algunas cosas raras que parecen inofensivas pero que hablan de lo que está sintiendo, por ejemplo, desordenar su escritorio, tirar papel toalla en el baño, etc, etc. Cosas insignificantes que no son comunes en ella y cosas que debemos reconocer como demostraciones de su necesidad de expresar que algo no está bien. Ayer tuvimos una conversación al respecto y aunque no se alteró en lo más mínimo, al final me dijo lo que yo tanto esperaba escuchar: “Me molesta cuando la gente no me entiende.” Ok. “Entiendo lo que sientes y se que no es fácil, ¿pero hacer cosas inadecuadas te ayuda o te perjudica?” “No ayuda,” me dijo. Mi siguiente pregunta fue una muy bien pensada, “Voy a hablar con la maestra, y dime tu, ¿qué más puedo hacer para ayudarte?” le dije yo.
Su repuesta es la prueba más fehaciente de que cuando asumimos que una persona no tiene capacidad basados en sus retos, limitamos impresionantemente sus capacidades. “Voy a portarme bien,” me dijo. “Y un Forkie de Toy Story 4 puede ayudarme a hacerlo mejor.” “Te lo voy a comprar si demuestras que te lo mereces,” le dije. Hace poco recibí un texto de la maestra diciéndome que se ha portado de lo mejor. Que está participando mucho en clase y que ha seguido su rutina perfectamente.
Ahora, volviendo al comienzo. ¿Qué pasaría si yo, su madre, en vez de tratar de entenderla y defenderla, la atacó y la culpo en vez de ayudarla? ¿qué pasaría si yo, su madre, en vez de educar al mundo alrededor acerca de cómo tratarla basada en mis altas expectativas hacia ella, decido que la inclusión es muy complicada y la privo de estas experiencias difíciles pero enriquecedoras? Con esta reflexión los dejo, ¿qué pasaría? ¿porque si los que los amamos no estamos lo suficientemente cerca para darles una voz, entonces, quién?
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