Mi abuela repetía constantemente una frase que entonces para mí no tenía mucho sentido, pero que con la madurez y el paso de los años se ha vuelto clave, “No Amanece Antes porque Despertemos más Temprano.” La vida es un camino largo y complejo. No hay líneas rectas y la mayor parte del tiempo, hay muchísimos tropiezos. Tratar de avanzar más rápido no la hace más llevadera ni más valiosa.
Respetar nuestro ritmo y el de los que amamos es lo que nos hace avanzar sin prisa pero sin pausa. Apliquemos este concepto a la situación común en la cual los padres de hijos con discapacidad, sin duda alguna fruto del amor, nos obsesionamos tratando de acelerar sus procesos y sus tiempos.
Podemos invertir tiempo y dinero en otra terapia u otro recurso, pero algo que nos debe quedar claro es que no amanece antes porque despertemos más temprano, y cada individuo tiene su propio ritmo y sus propias capacidades. No podemos forzar las situaciones ni tratar de acelerar los procesos. Ni los nuestros ni lo de nuestros hijos. Y es que no es en la meta alcanzada que está el triunfo, sino en el camino bien andado dónde está la enseñanza, el desarrollo de la resiliencia, y el crecimiento integral que nos permitirá avanzar como familia, como equipo, y evolucionar como sociedad.
Iba comenzar esta línea con el adjetivo “tristemente” y luego me di cuenta que no tiene que ser triste, sino ser considerado un paso transitorio y movilizador, así que lo voy a expresar como sigue: “Afortunadamente” y aunque muchos – sino todos- comenzamos el camino de criar hijos con discapacidad desde una posición capacitista en la cual queremos “reparar” a nuestros hijos a través de terapias y factores externos, también muchos – y ojalá sean todos eventualmente – tenemos la capacidad de movernos a un estado de aceptación plena en el cual entendemos justamente eso, que no amanece antes porque despertemos más temprano. Y sobre todo, que aunque a todos nos ilumina el mismo sol, todos tenemos el poder y el derecho de iluminar al mundo con nuestra propia luz.
No hay un solo día en el cual no lea comentarios de padres frustrados cuyos hijos no hablan a pesar de las terapias, los suplementos y los ejercicios recomendados. Lo mismo sucede con la educación. En determinado momento sentimos que todos son culpables de que nuestro hijo no haya aprendido algo o no vaya al ritmo que el resto de su clase o pares de su misma edad. Es ahí donde con humildad, objetividad y amor, toca parar, reflexionar y analizar si nuestro propósito es maximizar o “reparar.”
Es ahí donde tenemos que evaluar el entorno para entender a ciencia cierta cuál es la manifestación de la discapacidad, cuál es la manifestación de la individualidad, y cuál es la carencia educativa o instruccional. Aceptar que la discapacidad existe y tiene un efecto nos dará la claridad para tomar decisiones oportunas y en vez de seguir frustrados y luchando por siempre por hacer algo que queremos que nuestro hijo haga para ser igual que los demás, vamos a abrir la mente para aceptar y disfrutar un nuevo camino que nos permitirá verlo conseguir una nueva meta de forma individual, inclusiva y capacitadora.
Probablemente, la paciencia que es la ciencia de la paz o la paz en la espera, es la enseñanza más significativa de este camino de amor. La capacidad de esperar el próximo amanecer mientras disfrutamos los regalos del crepúsculo, de la noche y del día, y de todos los momentos intermedios que nos están preparando y fortaleciendo para disfrutar integralmente de la vida sabiendo que ningún momento es más importante que otro.
Cierro con el deseo de luz constante hasta en los momentos más oscuros. Por capacidad para aprender de hasta los momentos más oscuros, y por evolución y aprendizaje contínuo viviendo en amor y agradecimiento.
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